LA TECNOLOGÍA DEL LENGUAJE: LO QUE NO SE NOMBRA
“A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador a conmemoración de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado: los Indios la llaman Guanahaní; a la segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción; a la tercera Fernandina; a la cuarta la Isabela; a la quinta la Juana, y así a cada una nombre nuevo”.
De la carta de Cristóbal Colón a Luis de Santángel después de encontrar América (1493)
Han sido muchas las veces que he escuchado a personas decir que la tecnología “las atropella” si acaso no saben resolver algún inconveniente relacionado con algún dispositivo como un celular o una plancha para el pelo, pero ¿eso es la tecnología? Durante un buen tiempo pensaba que sí, y no me interesó realizar un ejercicio crítico al respecto hasta que leí la carta en la que Cristobal Colón informa sobre cómo encontró América, lo que allí vió y lo que sucedió los meses posteriores al hallazgo. Eso y la manera en la que Jakob Wolff reprodujo en imágenes su interpretación de lo que leyó en esa carta amplió mi concepción de tecnología como algo que no es relativo únicamente al mundo digital e inherente al ser humano.
Sin embargo, el camino que me llevó a las conclusiones que se van a desprender a lo largo de este texto parten de un pescado. Sí, así. Pues bien, en el primer capítulo del Génesis quedó escrito que Dios creó la luz y la llamó “día” y a las tinieblas las llamó “noche”. Así mismo, con su autoridad, formó de la tierra todos los animales del campo, todas las aves del cielo, y se los llevó a Adán para ver qué nombre les pondría; y el nombre que Adán les puso a los animales con vida es el nombre que se les quedó. Puede que haya sido Adán quien nombró a los peces como peces, pero fui yo quien le puso por nombre al primer pescado que tuve de mascota Boli Bolita Jhon Bayron I (sí, como el poeta). Así como mis papás antes de eso me nombraron a mí, y mis abuelos a ellos.
Considero, lejos de tener certezas, que este ensayo es una apuesta a una reflexión crítica y propositiva sobre por qué pienso que el lenguaje es una tecnología y la manera en la que el acto de nombrar, a través de la palabra, es una de las múltiples técnicas que le dan sentido. Ahora bien, esto sin que sea algo excluyente de lenguajes no verbales o no humanos; no pretendo limitar la definición de lenguaje como la facultad del ser humano de expresarse y comunicarse con los demás a través del sonido articulado, sino que considero que se refiere aún a otros sistemas de signos que no necesariamente involucran la participación humana y no necesariamente deben ser sonidos. De ser así, me estaría anulando a mí misma en mi práctica artística, por ejemplo, y aún a la tierra misma, sus bacterias, el agua y los animales que se comunican a través de distintos lenguajes. De hecho, si aún no es suficientemente obvio, incluso se comunican a través de ellos con nosotros para manifestarnos lo que les hicimos, la crisis que desatamos.
Desde mi punto de vista, el lenguaje es una tecnología en sí misma tanto como lo es un pincel y tanto como lo es el PC en el que estoy traduciendo estas ideas. Una tecnología no debe ser necesariamente un instrumento tangible, y en esa premisa inserto el lenguaje al compararlo con mi pescado. Como yo lo veo, las branquias de Boli Bolita eran su tecnología y la manera en la que las movía, aún de manera involuntaria, era la técnica con la que las usaba para poder respirar debajo del agua. Las branquias son al lenguaje, lo que la capacidad de nombrar es al movimiento de branquias. Visto de otra manera, aunque pudiera pensarse que un cuerpo podría ser la tecnología y el lenguaje con el que se comunica la técnica, el lenguaje pasaría a tener una identidad dual siendo tanto tecnología como técnica. Después de todo, es fácilmente reconocible como una tecnología que en el caso del ser humano da cuenta de su constante evolución y en el caso de la naturaleza, da cuenta de que siempre ha estado porque nos antecede.
De hecho, retomando brevemente el Génesis judeo-cristiano, antes de la creación del hombre en el capítulo 2 versículo 6 está escrito que de la tierra subía un vapor, el cual regaba toda la superficie de la tierra. Una imagen muy clara y muy bella de la manera en la que el lenguaje nos precede y no es exclusivamente verbal o escrito; sino que es también sensorial, perceptivo y físico. Pues bien, como fue mencionado, aunque no es una tecnología aislada de la naturaleza y las partes que la componen, el lenguaje verbal es el eje de la reflexión que se teje en este escrito. De esta manera, a partir de este punto se retoma a Colón y a Wolff en relación con la palabra como materia con cualidades casi de lo plástico: maleable, que cambia de forma y permite metamorfosear, procesar y producir generando discursos con implicaciones político-sociales ya desde tiempos coloniales (y aún antes).
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Previo a la llegada de Colón al territorio americano el lenguaje ya era considerado como una tecnología suprema en Europa, una tecnología que estaba, sin embargo, exclusivamente reservada a las lenguas romances; las únicas capaces de establecer una comunicación efectiva con Dios. Todo eso, a causa de la idea de que es Dios mismo el que da el lenguaje como un sistema que le permite al hombre interactuar con el mundo circundante desde una posición de superioridad. Así es como los colonizadores españoles, patrocinados por los que posteriormente serían nombrados los Reyes Católicos defensores de la fe, no consideraron que los indígenas fueran 100% humanos. Desde ahí, no resulta difícil identificar la función antropológica de nombrar para denotar control sobre alguien o algo más allá de una imposición de poder. Esto porque, como bien lo cuenta Colón en su carta, los habitantes del territorio también tenían nombres propios tanto para el territorio que habitaban, como para el entorno que los rodeaban; lo que controlaban.
A partir del nombramiento de las primeras islas que encontró Colón se fue introduciendo la concepción europea del lenguaje bajo la lógica de una tecnología que debía mantenerse dentro de los patrones del lenguaje español. De ahí que se le cambiara el nombre a una isla que había sido previamente bautizada por sus habitantes según una característica propia de sí misma, la Guanahaní (llena de iguanas), y pasara a llamarse San Salvador bajo el criterio administrativo que a partir de ese momento se iban a identificar esos territorios como una extensión de España.
Pues bien, en estrecha relación con lo anterior, contrario a lo que una versión imprecisa de la historia ha descrito, el término colonia no se deriva de Colón (que por demás se apellidaba realmente Columbus y era el lambón más lambón de Isabel de Castilla y no la amenaza terrorista que recuerda el cuento mal echado), sino que deriva de la palabra latina colonus: ciudadano romano que aunque no vive en Roma tiene los mismos derechos y deberes del que sí lo hace. En ese sentido, la decolonialidad de la que hoy se balbucea tanto, no estaría en asumir un rol o papel de lo que consideramos que es ser latinoamericanos basados en la nostalgia de lo que hubiera podido ser diferente, sino en entender cómo el pasado opera en nosotros y la manera en la que, en el caso de la concepción del lenguaje como tecnología, a través de un ejercicio crítico se pueden desarrollar visiones alternativas a los discursos dominantes relativos a esa tecnología en cuanto tal. Me explico, si no hay un ejercicio crítico se refuerzan y repiten perpetuamente las visiones y discursos hegemónicos y, aunque de ese ejercicio queden más preguntas que respuestas, es más valioso que ni siquiera formularlas, como me pasó a mí. Por ejemplo, ¿es el inglés la nueva tecnología suprema del lenguaje como si se tratara de una “lengua romance” en el siglo XV? o ¿Por qué nos permitimos tantos anglicismos en el uso cotidiano de los lenguajes con los que nos comunicamos? Incluso, ¿cómo es posible que a la Laguna de Guatavita la sigamos llamando así cuando en realidad se llama Laguna Tomsa? Parece una pequeñez porque no es del todo incorrecto, finalmente el nombre de la zona en la que está ubicada al oriente de la sabana de Bogotá se conoce como Guatavita. Sin embargo, no es el nombre que recoge la historia y la carga simbólica que los muiscas le otorgaban a la laguna según sus creencias.
Durante el siglo XVI se difundió la famosa Leyenda del Dorado, la idea de que existía una ciudad hecha de oro llena de tantas riquezas que muchos españoles se propusieron encontrarla. Y es que efectivamente había pueblos indígenas que tenían mucho oro, como es el caso de los muiscas. Tenían tanto oro que cuando iban a nombrar a un nuevo cacique lo llenaban de miel y polvo de oro y lo lanzaban a la laguna. La creencia era que el oro representaba al Sol y la laguna era la Luna y por ende el acto era como una fecundación. De ahí la importancia del nombre otorgado inicialmente por los muiscas a la laguna, Tomsa significa vientre o útero.
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A continuación, la imagen de uno de los grabados que el artista Jakob Wolff realizó a partir del imaginario construído con el apoyo de las descripciones hechas del paisaje de América que ya incluye los nombres otorgados por Colón a las islas.


En este punto, a partir de otro grabado de Wolff titulado “Ínsula hispana”, me parece pertinente hacer un breve análisis de la pieza para profundizar sobre aspectos de la tecnología que por un lado no están necesariamente relacionados con el lenguaje, y que por otro lado han estado presentes de manera tácita en las imágenes del grabadista alemán.
Pues bien, aunque como en el caso del lenguaje otras tecnologías no siempre son tangibles, también hay algunas que son en sí mismas instrumentos y herramientas con un cuerpo material. De ese modo, a partir del grabado se pueden analizar fundamentalmente dos cosas. En primer lugar, la manera en la que en Europa se pretendía difundir la superioridad de los conquistadores sobre los habitantes de América a partir de la majestuosidad de sus barcos y la pomposidad de sus atuendos y, en segundo lugar, cómo la representación de los cuerpos, de manera tácita, construyó una imagen colonial del indio como salvaje.
Respecto a los elementos tecnológicos como el barco y las armas de los españoles, más que identificarlos dentro de la imagen, es interesante analizar la manera en la que se representan ocupando más de la mitad de la composición. La imagen no estaba pensada para ser difundida entre los habitantes de las colonias, sino para serlo entre los habitantes de una España y Europa orgullosas de sí mismas. Por lo que menciona Colón en la carta, los indígenas tenían un espíritu temeroso frente a los recién llegados, pero era más bien un temor de respeto por lo desconocido que de alguna manera consideraban como la manifestación de una deidad. En ninguno de esos elementos había nada que presumir y ostentar porque para los indios bien podría no haber significado algo diferente a un fenómeno natural nuevo y desconocido. Me explico con un ejemplo. En la película animada de Disney, Pocahontas al ver arribar los barcos de los ingleses cree que las velas en los mástiles son “nubes extrañas”. Esto, en pocas palabras, resume por qué los conquistadores consideraron, desde ese momento en adelante, que efectivamente los habitantes de las islas eran inferiores a ellos porque no tenían el mismo repertorio de signos dentro de la tecnología de su lenguaje. Pero ojo, no era porque no la tuvieran sino que estaba configurada por una manera totalmente diferente de interactuar con el entorno en el que la utilizaban. Lo anterior también fue evidente en términos de representación a través de la resolución de cuerpos indefinidos sexualmente y rostros de niños para comunicar la “minoría de edad” o inferioridad intelectual frente a la mayoría de edad representada a través de la vejez de las figuras colonizadoras.
El arte, en este caso, fue usado como un traductor del lenguaje de la interpretación visual de Colón en un lenguaje escrito sobre lo que encontró en América a un lenguaje visual. Una tecnología que, sin encontrar fallas en su lógica, vivifica el dicho “las cosas entran por los ojos” en el contexto de finales del siglo XV. La imagen era cada vez más un lenguaje universal, que aunque en este caso mediado por intereses políticos, era capaz de transmitir conceptos e insertarlos en el imaginario del pueblo al apelar a lo que conocían para hablarles de lo que no conocían. Lo inimaginable tomaba forma a través de la distorsión de las palabras traducidas a imágenes que resumen las ideas que las élites querían transmitir acerca de los indios y el territorio que habitaban.
Como artista, en la experimentación se alborota la chispita de la cantidad abrumante de tecnologías a disposición para contarle al otro lo que me pica, lo que me duele, lo que entiendo, lo que desentiendo y lo que me gustaría olvidar. La imagen es una tecnología, un lenguaje en sí misma. La técnica, aunque parece obvio, no lo es tanto, es el cómo se construye y no tanto con qué. Al entender eso he podido hilar más fino en la construcción de mi definición de arte. Es un debate infinito (y no me molesta que lo sea), pero como yo lo veo el arte es tan difícil de definir por su vastedad, su profundidad y su amplitud en cuanto al “cómo”.
De esta manera, actualmente hay artistas que han decidido incluso experimentar con la tecnología de la que no se trata este ensayo para buscar la manera de crear las imágenes que los atormentan. Felipe Lozano, por ejemplo, es un artista colombiano que se ha dedicado a explorar diferentes posibilidades que le brinda su ignorancia frente a la Inteligencia Artificial para poner sobre la mesa reflexiones sobre su uso en el mundo del arte como una herramienta de creación. De hecho, en su obra GAN-bang, Lozano propone una video instalación en la que se proyectan distintas imágenes producidas como parte de una colaboración entre un humano y una IA que sentaron la base de lo que el artista definió como una nueva manifestación de lo visual.
Concluyendo, me pregunto qué se iba a imaginar mi pez beta, aburrido y ermitaño, que fuera a desatar el tejido de una reflexión sobre la tecnología pensada fuera del marco de cables, enchufes y pantallas; todo a partir del bautizo más cruel. Pues bien, más allá del difunto Boli Bolita John Byron I, considero que para un ejercicio responsable de cualquier profesión (y a mi me interpelan tres; la de artista, la de escritora y la de editora), es importante cuestionarse cómo va esa vuelta de la tecnología en un mundo tan permeado por lo digital y tan indiferente a lo cotidiano que está debajo de las narices de lo que se vive como rutina e incluso habita en nuestro propio cuerpo y se manifiesta a través de él. En un día podemos llegar a usar más de 10 técnicas propias de la tecnología del lenguaje sin percatarnos, por un lado de cuáles son, y por otro lado del valor que yace en ellas, no solo para estimular una postura crítica como individuos de un mundo que se nos vende con cableados, sino para ampliar el panorama de lo que se tiene a disposición para crear, para pelear con y para el otro, para resistir y adoptar posturas que no se permiten dejarse llevar por la corriente idiotizadora que nos mantiene pasivos aún del potencial de las tecnologías digitales como aliadas de un mismo espíritu de creación.

