CONFESIONES DE UNA GUARDIANA DE LAS BUENAS COSTUMBRES
He visto utilizar todos estos objetos y he visto los objetos a los que reemplazaron. No tendré paciencia para escuchar ninguna caracterización agria de ellos; ya se sabe el desdén que se puede sentir hacia las cañerías, los «baby Austin», las aspirinas, los anticonceptivos o la comida enlatada. Pero yo les digo a estos fariseos: el agua sucia, un cubo de tierra, una caminata de seis kilómetros diaria para ir a trabajar, los dolores de cabeza, las mujeres deshechas, el hambre y una dieta monótona… Tanto en la ciudad como en el campo, la clase trabajadora no escuchará (y yo los apoyo) ninguna descripción de nuestra sociedad que presuponga que estas cosas no constituyen progreso: no solo progreso mecánico y ajeno, sino un auténtico servicio a la vida.
Raymond Williams (1958, p. 49)
Ciertamente Williams no me habría tenido paciencia y me hubiera tildado de farisea en nombre de todas las calumnias que he provocado contra ella. Solo sé que no la conozco bien, no sé cómo es. He escuchado hablar de ella desde el principio de mi vida, tanto para bien como para mal, pero siempre presente. Es atemporal, como esa tía que nunca muere y jamás vemos, a quien solo escuchamos por teléfono o en relatos chismosos de mamás y abuelas que le dan vida al nombrarla. No sabemos cuándo nació —si es que no ha existido desde el inicio de los tiempos— y ha estado en todos los momentos canónicos de nuestra historia, aunque nunca la hayamos visto. Así es ella. ¿Sabrá de sí misma? ¿Sabrá que existe? Me cuesta pensar que tenga cuerpo, ni siquiera creo que tenga un alma, y todas las maravillas que escucho de ella me parecen inverosímiles y corruptas.
Soy dura con ella porque algunos males del mundo se han amparado en su nombre o, quizá, simplemente no tiene buenas socias o amigas. La he pensado como un ente capaz de robarme a mis seres queridos, que la buscan cuando están aburridos o tristes, cuando les pesa su propia existencia y no pueden disfrutar la contemplación. Me he frustrado cuando mi bebé la encuentra más divertida que yo, aunque salte en un pie mientras me rasco las axilas y le saco la lengua. He sentido un tremendo dolor cuando me rodeo de personas a quienes les encanta pasar tiempo con ella y a eso dedican su vida. Ella me ha hecho añorar vivir en otros tiempos y despreciar profundamente los míos.
Qué significativo habría sido escribir esto a mano, porque mientras lo hago aquí ella me lee, me sugiere, me corrige. Déjame ser, por favor. Déjame escribir sin tildes y sin comas para añadir incisos. Déjame fallar y, por favor, déjame pensar por mí misma. Aunque McLuhan tenga una cuestionable salud mental, su «el medio es el mensaje» me acompaña a todos lados y me quita el sueño también. No tengo claro qué me pertenece a mí y qué le pertenece a ella. Me invade, me estresa, me hipnotiza y, aún con todo lo que me hace sentir, seguimos las dos aquí. Yo, intentando encontrar los caminos para conocerla personalmente y ella, exasperándome de todas las formas posibles mientras se esconde y se niega a dejarme ver su cara.
He decidido que no puedo seguir viviendo así. Estoy cansada, exasperada e irritada por estos pensamientos y sentimientos apocalípticos que me acompañan día y noche. No quiero seguir calumniando a alguien que no conozco y poniéndole a cuestas todos los problemas del mundo. «No juzgues un libro por su portada», «caras vemos corazones no sabemos», «lo importante es lo que hay adentro», «lo malo siempre se sabe y lo bueno nunca se cuenta». ¿Y si tuviera que admitir que acabo de recurrir a ella porque había una información que no podía recordar y ella me ayudó a encontrarla? Nunca imaginé que lo que hay detrás de mi odio es un miedo acongojante.
Era un prodigio mecánico que se desplazaba a la velocidad suicida de quince y hasta veinte kilómetros por hora, en medio del asombro de los peatones y las maldiciones de quienes a su paso quedaban salpicados de barro o cubiertos de polvo. Al principio fue combatido como un peligro público. Eminentes científicos explicaron por la prensa que el organismo humano no está hecho para resistir un desplazamiento a veinte kilómetros por hora y que el nuevo ingrediente que llamaban gasolina podía inflamarse y producir una reacción en cadena que acabaría con la ciudad. Hasta la Iglesia se metió en el asunto. El padre (…) se constituyó en guardián de las buenas costumbres e hizo oír su voz de Galicia contra los «amicis rerum novarum», amigos de las cosas nuevas, como esos aparatos satánicos que comparó con el carro de fuego en que el profeta Elías desapareció en dirección al cielo.
Isabel Allende (1982, p. 132)
El miedo le ganó a mi asombro. Recientemente recordé que ella está detrás de la mayoría de los artefactos que me conectan con el mundo y me hacen amar la vida y, tal vez, solo tal vez, se me escurrieron las lágrimas. Entonces, ¿por qué llegué a odiarla? Siempre es más sencillo reconocer los defectos, alimentar los miedos y mantenerse en lo conocido. Ella me saca de la zona de confort, me sacude, me hace pensar y repensar mi existencia y hace que la vida como la conocemos cambie significativamente cada que le es posible. Me da pavor y me intimida: lo que logra no es cualquier cosa.
Por eso preferí deshumanizarla y desnaturalizarla, convencerme de que era un ente independiente de otro mundo y, ya sea por el exceso de ciencia ficción o por mi carácter pesimista, creé una villana mitológica, monstruosa, con ardientes deseos de destruir y acabar con el mundo, sin una pizca de compasión o de humanidad. Fui una auténtica guardiana de las buenas costumbres.
En ocasiones pensé que ella antagonizaba la naturaleza humana genuina. Curiosamente, ahora estoy convencida de que no hay nada más humano que ella. De hecho, siempre ha estado aquí, antes que nosotras humanas, que ya llevamos un buen tiempo acá y nos tomamos el atrevimiento de nombrarla e inventarla. Trasciende lo humano, se remonta a la vida en general, en las plantas y en los animales, en lo primitivo. Estuvo en los pasados que tanto añoro en diferentes formas y resolviendo otros retos; ha estado procurando la vida desde siempre, como una fuerza vital que alimenta el espíritu para resolver los achaques de la vida en el planeta Tierra. Ella no es una facultad, no es un estudio, ni un atributo, habilidad o cualidad. Ella es una fuerza que inspira un auténtico servicio a la vida.
A pesar de que todas las formas bellas en que me estoy refiriendo a ella corresponden a un endiosamiento inminente, también es preciso entender que es ordinaria, común, cotidiana. Me atrevería a decir que la damos por sentado. Incluso, es una falla afirmar que ser su amiga es ser amiga de las cosas nuevas porque ella es todo menos nueva. Lo nuevo es relativo. Nuevo el estilo de vida sedentario que se adoptó en el Mesolítico, nuevos los refugios y nuevas las camas, nuevas las mesas y las sillas, nuevo el papel y nueva la pluma, nuevo el pergamino cuando los ptolomeos se adueñaron del papiro, nueva la imprenta de Gutenberg, nuevo el códice, nuevo el alcantarillado, nuevo el feminismo en el siglo XVIII, nuevo el no morir antes de los treinta, nuevas las vacunas, nueva la libertad, nueva la democracia, nuevo todo. Y ese todo nos ha causado tanto miedo que nos aferra a un pasado seguro y nostálgico, aunque incómodo y doloroso, porque «mejor malo conocido que bueno por conocer». Hoy ella nos acompaña tanto y tan de cerca, que casi se siente como si sus creaciones siempre hubiesen estado aquí. Es tácita.
Imagino los miedos que ella causó históricamente y me río. Cuando la vida se volvió sedentaria, qué mal le hará al cuerpo vivir en un solo lugar. Cuando dormimos en camas, qué mal le hará al cuerpo no dormir sobre la tierra. Cuando descubrimos la electricidad, qué peligroso será para la gente. Cuando se hizo el alcantarillado, qué riesgos tan grandes, nadie lo adoptará ni lo usará. Cuando se creó el códice, seguro se perderá la costumbre de memorizar y recitar historias enteras. Con la televisión, ¿cuánto tardarán esos destellos de luz en arruinarnos el cerebro? El automóvil, ¿qué mal le hará al cuerpo dejar de caminar e ir a esas velocidades? Los anticonceptivos, ¿por qué podría ocurrírsenos que la mujer pueda decidir cuando convertirse en mamá y cuando no? La digitalización, ¿qué nos hace pensar que un mundo interconectado es bueno? Todas moriremos.
Los tiempos están cambiando desde que comenzaron. Los tiempos, como ella, son obsoletos desde su existencia misma. Ella tiene que ser la creadora o el pilar de la creación.
Sigo sin poder responderme las dudas infinitas que tengo sobre ella. No sé quién es, no sé si es un alguien o un algo. A veces la siento como una diosa porque sin duda sigue teniendo un carácter mitológico, pero también comete errores, aprende y se construye a partir de ellos, necesita retroalimentación y contacto, e intenta mejorar como si fuera humana.
“El interés por el conocimiento o las artes es simple, agradable y natural. La naturaleza positiva del ser humano es el deseo de conocer lo mejor y de obrar bien…
–Quisiera conocerla en persona, sin embargo, cuando intento localizarla en un tiempo y en un espacio determinados, me doy cuenta de que necesita un cuerpo para materializarse porque no puede desprenderse de las manos que le dan vida. Allí encontré la raíz de mi miedo acongojante: ella necesita de los seres vivos como instrumentos para hacer su presencia física. La naturaleza positiva del ser humano, aunque bella, no es tácita: la maldad existe. Podría escribir un tratado de páginas infinitas, enumerando una a una las malas decisiones que algunos seres (me abstengo de decirles humanos) han tomado, embriagados por el poder y la hegemonía. Rastros de imperialismo y colonización ensucian sus logros y acciones benéficas. El poder abusa de ella sin consentimiento. Luego, en forma de historia resonante, la revictimizamos, culpándola de todo lo malo que se hizo en su nombre.–
…Las interferencias no deben hacernos huir espantados de estas cosas. Hay muchas versiones de lo que tiene de malo nuestra cultura.” Raymond Williams (1958, p. 44)
No fue, es o será culpa de ella nada de lo que pase con el mundo.
He decidido transitar sanamente las fases de miedo que ella me provoca, sin evitarla, sin esconderme, más bien conviviendo, y si soy lo suficientemente fuerte, hasta compartiendo y aprendiendo la una de la otra. Estoy agradecida con esa fuerza vital que incurre en mis experiencias humanas con artefactos y técnicas que me han dado fortuna material y espiritual. Un poco de naturaleza positiva humana no me sentaría mal… Soltar y confiar para poder apreciar cuando se presta un auténtico servicio a la vida, pero también cuestionar y criticar cuando el poder se manifiesta a través de ella.
Ya no quiero ser más una guardiana de las viejas costumbres, quiero ser una fiel amiga de las cosas que me rodean. Te perdono y te pido perdón, tecnología.
Era un prodigio mecánico que se desplazaba a la velocidad suicida de quince y hasta veinte kilómetros por hora, en medio del asombro de los peatones y las maldiciones de quienes a su paso quedaban salpicados de barro o cubiertos de polvo. Al principio fue combatido como un peligro público. Eminentes científicos explicaron por la prensa que el organismo humano no está hecho para resistir un desplazamiento a veinte kilómetros por hora y que el nuevo ingrediente que llamaban gasolina podía inflamarse y producir una reacción en cadena que acabaría con la ciudad. Hasta la Iglesia se metió en el asunto. El padre (…) se constituyó en guardián de las buenas costumbres e hizo oír su voz de Galicia contra los «amicis rerum novarum», amigos de las cosas nuevas, como esos aparatos satánicos que comparó con el carro de fuego en que el profeta Elías desapareció en dirección al cielo.
Isabel Allende (1982, p. 132)
The line it is drawn
The curse it is cast
The slow one now
Will later be fast
As the present now
Will later be past
The order is rapidly fadin’
And the first one now
Will later be last
For the times they are a-changin’
Bob Dylan (1963)
Ahora navego a la deriva, día a día, contenta con el solo hecho de flotar mientras se pueda.
Isabel Allende (2020, p. 78)
Allende, I. (1982). La casa de los espíritus. Random House.
Allende, I. (2020). Mujeres del alma mía: Sobre el amor impaciente, la vida larga y las brujas buenas.
PLAZA & JANÉS. Dylan, B. (1963). The Times They Are A-Changin’ [Canción]. En The Times They Are A-Changin’. Columbia Records.
Williams, R. (1958). La cultura es algo ordinario. En Cultura y sociedad 1780-1950 de Coleridge a Orwell (pp. 37-62). Ediciones Nueva Visión.